Le di un beso y me eché a llorar. No solo por la ausencia que se avecinaba, sino porque yo estaba convencida de que al volver, no tendría idea de quién soy. Yo no podía soportar la idea de que se olvidara de mí, porque con todo y que nunca he sido madre, era lo más cercano a una personita “mía”.
Hoy, año y nueve meses después de que me fui, la vi. Juro que estaba nerviosa, mi parte racional se encargó de recordarme que dejó de verme por más de la mitad de su vida. Sí, sus papás se encargaron de mantenerme presente, pero la memoria de un bebé es demasiado impredecible.
Me miró con curiosidad, luego me pidió que le leyera un cuento y en medio de las andanzas de Peter Pan y Campanita, se subió en la silla, me echó los brazos al cuello y me dio un beso. Luego no paró de darme besos y abrazos, de jugar, de contarme cosas, de hacerme cosquillas. Me llenó el día de sonrisas y, con eso, de paz.
No sé explicarlo racionalmente, no puedo demostrarlo, pero la tranquilidad y amor con que me recibió fue suficiente para darme cuenta de que sabe quién soy; algo en su corazón se lo dijo. Sí, señores, llámenme loca, pero estoy segura que C. sabe quién soy. She remembered.
“Petit et sweet; tibia, iluminada: Nunca dejen que la roan las mentiras”
(set, 2004)
Fotografía: de "contracox"