jueves, abril 10, 2014

Por qué no me gusta que me toquen el pelo (y por qué usted, si no es muy cercano a mí, debería dejar de insistir)

Ayer venía de vuelta a casa, en metro. Por esas cosas de la vida, en vez del habitual viaje de abstracción con el ipod a todo volumen, venía sin música, sin mirar el móvil, simplemente presente.

Como iba de cara a las puertas y son de cristal, me sirvieron de espejo opaco y pude ver a dos chicos hablando a mi espalda. Me miraban, hablaban en secreto, volvían a mirarme. Se bajaron del metro y yo me hice la loca. Pero a la siguiente parada, cuando se subieron una chica y un chico y empezaron a hacer la misma cosa (mirarme, hablar, mirarme) pensé que era suficiente.

El chico dijo “Es igual al pelo de Marge Simpson”.

Esperé a que estuvieran mirándome los dos y me giré muy rápido. Ellos desviaron mirada y cabeza, de una manera tan cliché que me dio risa. Entonces solté un monólogo…

YO: Oye, sé que estás hablando de mi pelo y que hace rato que lo miras. Y no pasa nada. Lo puedes mirar, yo sé que es llamativo y entiendo que te dé curiosidad. Eso no me parece ofensivo, de hecho lo que puede ser ofensivo es que hagáis ver que no estabais hablando de mí, pero no que me miréis el pelo.

ÉL: Es que me gusta mucho.

YO: Ah, gracias. Bueno, pues entonces míralo… si alguien se ofende porque le miras pues es su problema, pero hablar a las espaldas… no hace falta. Mira, me doy una vuelta para que lo veas desde todos los ángulos (lo hago, hago 360 grados)

EL: ¿Puedo…?

YO: ¿Tocarlo? Ja. No. No me tocan el pelo ni mis amigos. No me gusta, lo siento.

Llego a la parada que me toca, me bajo. El chico, todavía rojo como un tomate no sabe dónde mirar.


...

Me bajo, me río. Y luego llego a mi casa y la historia me hace menos gracia, porque yo nací con este pelo: para mí es normal. Yo nací con este pelo como usted nació con el suyo, como usted nació con cinco dedos en la mano. Imagine que al menos de día de por medio alguien se quedara mirando su dedo gordo de la mano derecha. Incluso habría días en que le pasaría dos, tres, cuatro veces. Imagine que al menos una vez por semana es tema de conversación: la gente pregunta si se trata de su dedo “normal”, si es así de natural o usted hace algo para que sea así. Imagine ahora que hay días en que la gente sujeta su dedo gordo de la mano derecha para “ver cómo se siente”, algunos sin permiso. Otros piden permiso, sí, pero la mayoría no lo pide. No hasta que usted se harta y avisa que no le gusta que le toquen el dedo.

De pequeña una vez me dijeron que mi pelo era como un peluche. Me han dicho que es como una esponja, como una almohada, como una peluca… como algunas otras cosas menos agradables… y señoras, señores, es pelo. Nada más. Como el suyo. Como el de cualquiera.

Entonces, la próxima vez que vea alguien con afro, admírele el afro, si le gusta. Sonría si lo descubren mirando y sea natural. Actúe como actuaría si un chico guapísimo la ve observándolo, o como miraría los ojos de alguien de mirada preciosa y penetrante. La curiosidad es normal, es sana, es humana. Cosificar un rasgo físico no lo es.

Mis amistades muy cercanas –a veces- reciben el privilegio de tocarme el pelo. Porque yo les toco el suyo, les cojo de las manos, les abrazo. Pueden –a veces- comentar sobre mi afro porque yo comento sobre sus ojos, sobre su altura, sobre sus pecas. Porque es una relación pareja, porque sé que no me miran el color de piel las 24 horas del día, como yo tampoco a ellos.

Pero si usted no me conoce, o realmente no tenemos una amistad cercana… por favor… por fa… por fi… no insista. No soy un peluche, no soy un juguete, no llevo peluca. No insista. No soy Marge Simpson. No insista. Soy una persona, no un personaje y no me ofende su curiosidad, me ofende que me cosifique.



lunes, abril 07, 2014

Señor Presidente, no me rompa el corazón



Señor Presidente. Don Luis Guillermo:

Sólo le pido que ahora no me rompa el corazón. Sé que habrá días mejores, días peores... pero tengo fe. Usted es distinto y ya eso me llena de esperanza.

Felicidades.

Somos el pueblo que decidió cambiar.


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