domingo, mayo 21, 2017

Cosas que pasan cuando vives en el extranjero



Hace unos días releía este artículo -del cual copio el título-. En él, el autor hace un decálogo de las cosas que irremediablemente han cambiado en su vida tras irse a vivir a otro país y dice:


"Primero que todo te enfrentas a nuevos retos, llegas a conocer partes de ti que no sabías que existían, llegas a estar sorprendido de ti mismo y también del mundo. Aprendes a ampliar tus horizontes y  tolerancia, además de aprender valiosas lecciones y abrazar la humildad"

Lo busqué porque una amiga compartió este otro en Facebook, y que quedé pensando en cosas con las que no concuerdo para nada, como por ejemplo:
"Aunque a casi nadie se le da bien decir adiós, las despedidas se hacen algo más fáciles con el tiempo"
Y es que creo que hay que hacer una diferencia entre que algo sea "fácil" y que lo asumas y aceptes como parte de tu realidad. No es más fácil, de hecho en mi caso me cuesta y me cuestiona cada vez más ir y volver de Costa Rica.

Me pongo entonces a pensar en qué ha cambiado en mí, qué retos he enfrentado, qué lecciones he aprendido. Y a ver, sé que todos crecemos y pasamos por etapas, pero es verdad que hay unas cuantas cosas que estoy segura de que no hubiera entendido si no fuera por estar aquí, hace ya casi 13 años.


Así que he aquí mi decálogo de las cosas 
que pasan cuando vives en el extranjero:





1. Tu familia en el país de acogida es una mezcla de elecciones, suerte y trabajo. Yo tengo muy poca gente cercana, sobre todo después de tener un hijo (parece que tuvieras la peste y desaparece mucha gente). Así, el escoger quién es el ser querido de plena confianza es casi hacer un cásting en el que, aunque nunca consigas sustituir a tu familia real, consigues gente preciosa que llevas más dentro que a algunos consanguíneos.

2. Aprendes a llevarte bien contigo misma. No hay nadie más que te vaya a acompañar incondicionalmente, y lo aprendes a veces de manera un poco abrupta.

3. En los días malos, o de enfermedad, puedes sentirte bastante persona ínfima desgraciadica que sólo quiere ir pitando a casa de su madre a tomar sopita caliente.

4. Sabes decir barbaridades en más de un idioma y/o jerga. Yo cuando me enfado suelto sapos y culebras por la boca que viajan de Europa a América Central. Y bueno, soy mal hablada, qué le vamos hacer, así que tener tanto de dónde escoger me llena de orgullo y satisfacción.

5. No eres de ningún sitio. En tu nuevo país no encajas del todo, aunque hayas desarrollado la capacidad de adaptación. Y en tu país de origen no encajas del todo, aunque hayas desarrollado la capacidad de adaptación. 

6. Cambias mucho. Tanto que a veces vuelves a tu país y pasan dos cosas: la gente te trata como si fueras la versión de hace años, o bien tú te sientes a veces pez fuera del agua. La parte genial de esto es que descubres mucho de quién eres.

7. Te suele importar menos el qué dirán. Yo antes pensaba en los demás para tomar decisiones, ahora no es que lo haga de manera egoísta, pero mi grupo de influencia es muy muy muy pequeño. 

8. Pierdes el miedo al cambio. Soy precavida, probablemente más que cuando me vine a vivir a España... pero si me dijeran: coge tus cosas, a tu hijo y señor marido, súbete en un avión y véte a Singapur a trabajar, diría: vale, dame 3 minutos para ponerme los zapatos.

9. Te atreves a probar cosas nuevas: un nuevo idioma, un nuevo trabajo, un nuevo plato. La Denise de hace 15 años jamás hubiera probado los caracoles. No me gustaron, no repetiría, pero los probé. 


y

10. En los días buenos sabes que eres La Mujer Maravilla. Aunque haya quien te diga lo contrario. Aunque otras personas hagan "más y mejor"... sólo tú sabes lo que has pasado, vivido, llorado, reído, peleado y luchado para estar donde estás. Sea cual sea ese sitio en el que te encuentras, nadie te lo ha regalado... porque recuerda: en ese sitio nuevo, cuando llegaste, no eras nadie. Sea quien sea que eres ahora, eso lo has construido

Y si eso no es tener un súper poder, que baje Dios y lo vea. 












martes, mayo 09, 2017

Envejecer: esa gran cacota





Sí, sí, hay que agradecer que tenemos vida y que seguimos sobre el planeta. Hay que dar las gracias por los años que se cumplen, por las experiencias, que sí, que sí.

Estoy a punto de cumplir años. No demasiados, aunque empiezo a aceptar que cuando me dicen "señora" es normal, es lo que soy. Aún no me peleo con la edad, aunque no me vendría mal tener tres o cuatro años menos, y si volviera atrás reconsideraría ciertas cosas, haría otras distinto, sería... en fin...

Pero el tema es que envejecer es una gran cacota.

Suelo venir a trabajar a una cafetería en Sants. Delante hay una residencia de ancianos, y muchos de ellos cruzan a la cafetería a merendar. Y es triste. Están solos, hablan con quien sea, incluso le dicen estupideces a la camarera para provocar interacción. Pero no es sólo eso, pensar en envejecer es pensar que de repente tu cuerpo deja de ser eficiente, normalmente mucho antes de que la mente abandone y la gente empieza a tratarte como un daño colateral. Como un problema a manejar. Como una situación compleja que se atraviesa en la vida.

Hace unos días vi una señora, de unos 60 y pico años, con su madre, de unos 90. Le estaba chillando muchísimo, infantilizándola. Mi primera reacción fue pensar "qué mal trata a su madre" y sí, la estaba tratando mal, pero tampoco sabemos quién y cómo es esa señora. Y la infantilizaba, sí, pero es que aunque también sea una gran acota, resulta que los ancianos se vuelven como niños, con la diferencia de que un niño está aprendiendo y sea como sea acaba por aceptar que "el mayor" tiene razón, o manda, o sugiere y convence.

Nos volvemos tan tercos que... o sea... vamos a ver... yo YA soy muy cabezota. No quiero ni imaginar lo tozuda que podré llegar a ser.

Envejecer es una cacota. De verdad...

Piénsalo: tú eres aún capaz, tienes experiencia y facultades. Hay cosas que ya no haces con la misma facilidad, pero sabes de qué hablas, sabes qué quieres, sabes qué prefieres y que no aguantas. O crees saberlo, porque tampoco te enteras de cuando ya no das más de ti. Y llega ese momento fatídico en que tus hijos, amigos, primos, personal médico te dicen "ya no puedes", "ya no sabes", "ya no debes". Lo peor es que dentro de tu cabeza los equivocados son los demás y es que todos tienen razón, porque cada quien ve SU verdad.

Me da miedo, lo confieso. No me da miedo morir, me da miedo envejecer. Perder facultades, capacidades y la confianza ajena de que ser capaz de valerme por mí misma. Ser una carga, aunque haya amor o profesionalidad de parte de quién me cuide.



Ahora lo digo muy alegremente, pero creo que cuando sea muy mayor querré ir a una residencia. Aunque cruce a la cafetería a merendar. Y tal vez si lo pienso desde ya, me resulte menos triste.

No sé.

No lo sé.

Caca.
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