viernes, mayo 16, 2014

Me hago mayor




Me hago mayor. Acabo de cumplir los veinte y quince y empiezo a darme cuenta. No es una cuestión de aspecto (aunque hay parte de eso), ni de capacidad para ciertas cosas (aunque también es eso) sino de actitud vital. Me hago mayor, a veces me parece hermoso, a veces me da un poco de miedo.


Me hago mayor y lo descubro en detalles superfluos como cuando camino con tacones –ahora excepcionalmente, hace 19 años era la norma- y escucho una cadencia que no es mía. Pienso en mi mamá, ese tac tac tac tatác tac tac. Heredado pero latente durante años.

Me enfado, como cualquier ser humano –ahora con menos asiduidad e ímpetu que hace 19 años- y en mi tono de voz, en las palabras que escojo, en la manera de gestionarlo veo un talante que no era mío. Pienso en mi padre, que tiene paciencia para llenar barriles pero que, cuando se le acaba, siempre encuentra las palabras justas. Hace 19 años pensaba: mejor que me gritara, eso de hablar en tono calmado cuando hay enojo da más miedo. Heredado pero escondido durante años.

Y me pasa –en escala- eso que tanta gracia me hace: para mis padres la gente “joven” suele ser cualquiera que vaya unos 15-20 años por debajo de su edad. Los de 20 y poco me parecen casi adolescentes, los de menos de veinte me parecen casi niños, los de menos de diez son todos criaturas pequeñas e indefensas.

Me hago mayor y quisiera que mis amigos menores no sufran, maternal como soy, entregaría un dedo para ahorrarles llanto, pesar y sufrimiento. Me preocupo más de la cuenta por ellos y de vez en cuando pienso: ¡yo pasé por ahí, no caigas en esa trampa! Supongo que de ahí viene eso de los padres, esa actitud que hasta cierta edad nos molesta, eso de que te dicen: hazme caso, sé de qué hablo.

Me hago mayor y el vértigo me ataca. Para mí el año 96 fue hace nada. Hace nada entré a la universidad, hace nada tuve mi primer novio, hace nada aún me dolían las grandes tragedias de la adolescencia.

Me hago mayor y es mágico, es muy mágico, porque de repente entiendo a mi mamá y a mi papá, veo sus razonamientos, entiendo lo que han hecho por mí durante tantos años.

Y me doy cuenta de que el futuro no existe y no hace falta preocuparse por él. No es un pensamiento pesimista, sino todo lo contrario: esta vida se trata de vivirla hoy, hacer planes –grandes planes- casi siempre es perder el tiempo. He aprendido la diferencia entre planificar y tomar previsiones y asumir que el futuro será “X”. Porque sea quien sea que maneja el destino tiene mucho sentido del humor y le vale un reverendo pepino lo que hayamos planeado.

Si me hubieran dicho, hace once u doce años, que hoy sería española/catalana/costarricense, que estaría viviendo en Barcelona, haciendo teatro con mi propia compañía, casada con un vikingo-canario y añorando Navidad por una sopa de galets… me habría reído. Yo tenía otros planes, pero la vida es maravillosa y sabe más que una chiquilla de 23 ó 24.

Y entonces brindo conmigo porque hacerse mayor significa que me importa cada vez menos lo que piensen de mí la generalidad de la gente, pero tengo muy claro cuáles opiniones y cuáles afectos me son fundamentales. Pasé años diciendo que no necesitaba de nadie. Ahora no tengo miedo de decir que sí, que nadie es indispensable para nadie, pero que yo prefiero mi vida con un grupo pequeñito de gente que he forjado en años. Y de alguna manera en realidad esas personas me son indispensables. No imagino la vida sin ese club de gente, terca como mula, que me sigue queriendo, que me escucha, me entiende y me quiere a dos lados del Atlántico. Y eso está muy bien.

Y brindo porque he aprendido a reconocerme las virtudes, yo que tantos años me había pasado mirándome los defectos. Sé en qué soy buena, sé que en qué flaqueo. Sé cuándo dudo de mí misma porque tengo un mal día, sé cuáles dudas son ya parte de mi genotipo, de mi carácter. Sé cuáles dudas no puedo resolver porque no soy tan mayor como para tener perspectiva. Sé que quiero y aunque no sepa cuándo llegará o cómo lo conseguiré, me conformo con hacer el viaje rodeada de amores.

Me hago mayor. Y está muy pero que muy bien, hacerse mayor con gente que te entrega el corazón es un placer.


Sí, podría tener menos años. Podría. Pero mi hoy, mis amores, y mis certezas e incertidumbres no las cambio por menos años. Maravilloso entonces esto de hacerse mayor.

Aunque, para que nos vamos a engañar, ¡podría ahorrarme las canas!
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...