lunes, agosto 28, 2006

Música mohosa, o como amaestrarse en 2 horas

Se me había olvidado escribir sobre uno de los conciertos del Festival de Música en el Teatro Nacional, que terminó el fin de semana antepasado. Fue muy hermoso casi todo, porque Schumann me tuvo al borde del colapso somnífero.

Como no podía faltar la nota pintoresca, resulta que algunos de los asistentes estaban tan contentos que aplaudían en medio de las piezas, es decir, al terminar los movimientos. Según nos hizo saber el coro de gente haciendo “SHHH” y el productor, con voz de papá regañón, no se usa aplaudir sino al terminar el numerito de cada compositor.

Ok. Lección aprendida, pero entonces… ¿Por qué lo repitió al menos tres veces más? ¿Tan bru-ticos somos?

Pero además, la verdad, me parece un poco fascista el asunto. Sería como que, en medio de una buena obra, el público aplauda y se le pida que se espere al final. ¡Callad oh público espontáneo, que hay reglas justificadísimas que seguir, callad, callad herejes! Por amor al violoncello, al violín y al contrabajo, ¿no se supone que si cada uno paga su entrada, cada uno disfruta del evento como quiere? (Digo, con límites, un topless con comparsa a lo mejor sí que distrae demasiado)

Será que soy muy pola, pero para mí lo central es que se disfrute el arte, no que se encapsule en un manual de etiqueta. Digo, si al productor (no tengo nada en su contra, de hecho me parece un profesional en todos los sentidos) no le gustan las reacciones poco dogmáticas, talvez pueda organizar el concierto en su casa para sus amigos, los conocedores. Me pregunto si el Sr. Productor calló a la gente en la iglesia de Hatillo 8, o es que los del Teatro Nacional somos de otra “categoría” y nos merecemos el regaño por eso taaaan evidente que deberíamos conocer.

El arte es de la gente, sino es una pieza de museo con olor a moho, yo me niego a aceptar que nos amaestren como monitos. El arte, aunque sea música clásica, debería estar vinculada con alimentarse el alma y no con punzarse el hígado… ¡oh ilusa de mí, acabo de recordar cuál es el patrocinador oficial! ERGO: arte para la “élite”, aunque haya que corregirle tan tremendas "maiceradas".

5 comentarios:

  1. Esto me recuerda a una carta que envió una señora una vez a la Nación: resulta que su hijo es autista, y disfruta demasiado la música clásica. La manera que tiene de demostrar su felicidad es aplaudiendo y haciendo sonidos. Lamentablemente, la gente se quejó y sacaron a la señora y su hijo.

    Quién tiene más derecho de estar ahí en el concierto? Cómo se regulan cosas así?

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  2. Que dificil cuando hablamos de arte y se trata de encasillar en reglas preestablecidas. El arte no evoca libertad? o simplemente me lo quería imaginar así?

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  3. Es que pertenecemos a una estirpe ingenua que piensa que el fin último del arte es la libertad del espíritu.

    Para todo lo demás existe Mastercard.

    (lo que cuenta Medea es una atrocidad... con lo que cuesta que un niño autista se exprese!!! Pedirle que se comporte como una tajada de pan cuadrado con moho es demasiado)

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  4. totalmente de acuerdo...polada es ser anticuado creyendo que esas reglas permanecerán per secula....

    Terrible, Medea, eso que contás de ese chiquito...qué cosa más fea...

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  5. Me gustan tus tempestades Denise, y tu forma de disfrutar del arte.

    Te dejo mi saludo cariñoso

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