sábado, septiembre 27, 2014

¡Me caso!

Mayo-Junio, 2006

Mediados de mayo. Tenerife. Mis suegros y yo hacemos clic al momento. Es un alivio sabiendo que hay que anunciarles que nos casamos. Dejamos pasar una semana antes de soltar la noticia. Se alegran, supongo que en el fondo también se sorprenden pero no lo demuestran.

Principios de junio. Costa Rica. En el aeropuerto nos espera una comitiva que se hace aún más grande al llegar a casa de mis papás. Antes de venir a Costa Rica le he hecho a Fernando un powerpoint (en el 2006 aún era una herramienta jeje) con fotos de la gente que va a conocer. Le pongo datos claves en plan: esta es mi amiga la de la historia de la playa; esta es mi tía la que es como mi hermana; etc etc. Supongo que está abrumado de tanta atención que recibe, pero se comporta a la altura y se dedica a echarse a la gente a la bolsa… los dos sabemos que la operación se trata de eso: conquista del entorno. Mientras tanto yo voy del amor al odio con mi país. Hago recuento, me reencuentro, me pierdo. Entro en conflicto conmigo misma cada día que pasamos en Costa Rica. Empiezo a sentirme extranjera en mi propia patria. 

Una semana después de llegar me toca dar la noticia. La historia es buenísima pero es extensa, en resumen preparamos una cena para mi familia y todo falla (al Vikingo se le corta la mayonesa dos veces, yo consigo convertir un trozo de queso azul en una pelota compacta, la fondue no va, etc etc etc). Cada vez que intento decir algo hay un inconveniente y acabo soltando, a bocajarro: les hicimos esta cena porque nos vamos a casar. Literalmente. Yo tenía un gran discurso preparado y solté esa frase. Tras el susto inicial la cosa acaba a la luz de las velas (también se fue la luz), con guitarra y vino.

Una semana después volvemos a hacer una cena. Como broma digo: les hicimos esta cena porque nos vamos a casar. Mi familia se ríe. Entonces les aclaro que no es broma, que nos vamos a casar tres días después. Tres días después la abogada (gran amiga de mi hermana) nos casa en la terraza de casa de mis padres. Somos 8 personas, yo vestida de negro y Fernan de blanco.

Me quedan dos meses sola en Costa Rica de burocracia (y mi recién estrenado marido de vuelta en Barcelona). Cuando vuelvo la vida es diferente: aparte del papeleo que me permite quedarme aquí, tengo que organizar todo de nuevo. Tramitar papeles, buscar trabajo, planear una boda a distancia para agosto del 2007.

La idea inicial es regresar a Costa Rica poco tiempo después de la boda por la iglesia. Hemos hablado y al Vikingo y a mí nos parece buena opción. O sea que lo de estar en Barcelona es temporal y así lo prevemos.

Tan “temporal” que ocho años después sigo aquí, con la vida construida y establecida. No sabía que antes de casarme por la iglesia al año siguiente habría pasado por vender bragas, móviles, trabajar metiendo invitaciones en sobres… y que acabaría –un mes después de casarme- estudiando en el Institut del Teatre.


Lo más curioso es que aún no había aprendido la lección más importante: lo de hacer planes es perder el tiempo. Resulta que La Vida decide y acomoda. Resulta que es verdad aquello de que la vida es lo que pasa mientras uno planea. Sí, sí, está bien pensar en el futuro, pero si algo he aprendido aquí es que es mejor estar en el ahora. Y el ahora en aquel momento era junio del 2006, y no tenía ni idea de todo lo que iba a pasar antes de setiembre del 2007.

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