lunes, julio 23, 2012

Cuando éramos jóvenes y alocados

Mis vecinas, estudiantes de música y jovencísimas, me recuerdan mi tierna juventud. Y es no es bueno por  varios motivos. Empecemos, y vaya eso por delante, por decir que tampoco debo llevarles muchos años, pero diez o doce años son diez o doce años. Y entonces me oigo diciendo frases que podría decir mi abuelita (con todo respeto para mi abuelita, a quien adoro).

Situación: lunes por la noche. Finales de julio. Tocan el timbre de nuestro piso pero son visitas de las vecinas. El vikingo se huele el tema, así que les dice que piquen al piso correcto y pasa de ellos. Empieza el festival... cuando suben y entran al piso de enfrente, queda más claro que el agua que los chicos invitados traen alcohol (no lo veo, pero lo intuyo), instrumentos musicales variados que se suman a los que ya tienen mis vecinas (no los veo pero los intuyo) y mucha mucha marcha (no la veo, pero la intuyo). Risitas van, vienen, barullo... ¡fiesta de veranito y todos tan panchitos!

Empiezan por tocar música popular -incluso de pseudo recuerdos infantiles- en el piano. Acompañan con lo que tienen cerca en esta especie de jam session.

La fiesta va subiendo en entusiasmo y llega el momento de crear ritmos a palmadas y pisotones. Unos le dan a las corcheas, otros están con las blancas, hay entusiastas de las negras (abstenerse de bromas, que esto es serio). Cuanto más arriesgado el compás, mejor. Jalean como si pasaran cosas muy interesantes. La algarabía es tal que me asomo a la ventana, no entiendo nada de lo que pasa, en mis tiempos poníamos música y bailábamos... ahora son como bohemios y raros. Me asomo por la ventana y, aunque sé que no podré mirar su salón desde mi salón, mi hígado necesita el gesto de sacar medio cuerpo por la ventana y mirar hacia su ventana -abierta de par en par, claro, hace calor- con el ceño muy fruncido y aguantando las ganas de tirarles algo raro dentro de casa. Algo raro, no sé el qué, la mopa por ejemplo, una bola de papel higiénico mojado, no sé, algo que les deje a cuadros. Saco medio cuerpo con cara de mala leche y descubro con cierta jocosidad que el vecino de arriba -de ellas, se entiende- está haciendo lo mismo que yo. Nos sonreímos, entre la vergüenza y la complicidad, un gesto de cabeza y cada quien cierra su ventana.

Sigue el jolgorio.

Es lunes.

Sigue el jolgorio.

Es la 1 am.

Y sigue el jolgorio.

Entonces lo veo todo con claridad pasmosa: yo fui una vez esa, joven y alocada, a quien le parecía parte de la gracia que viniera la policía porque los vecinos la habían llamado.

Y el karma existe.

Menos mal que también existen tapones para los oídos.

4 comentarios:

  1. Ah chí,chí, eschta juventud depravada que no reschpeta nada! ;D

    Parafraseando un trozo del inicio de "Nuestra Señora de París": ¡En mis tiempos, los habríamos quemado vivos en una estaca!

    Karma, el karrrrrma que no perdona jejeje.

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  2. MURASAKI: no perdona y vuelve con furia... además leí que ni siquiera tiene que ser de la misma manera, es decir, que a lo mejor a uno lo deja el bus SIEMPRE y será porque, por ejemplo, eras mala persona con el pulpero, porque el karma encuentra cualquier manera de compensar. :p

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  3. Esto tiene cosas buenas. Yo estoy deseando llegar a vieja para putear a todos, quejándome constantemente y retrasando las colas con mis protestas e idas de olla ;P

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  4. DOCTORA: jajajaaja, pues sí y que nos valga un reverendo pepino lo que los demás piensen, jeje

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