Los últimos meses es como si me hubiera pasado enclaustrada escribiendo... bueno, algo más he hecho, pero básicamente le he dado caña al teclado, que es lo que me toca. Por dicha es algo que disfruto muchísimo y que de hecho no cambiaría por nada del mundo, pero es verdad que después de pasarme 4, 5, 6 y más horas en ello, cuando acabo lo último que quiero es escribir más.
Por otra parte hace tiempo que me ronda por la cabeza la duda existencial sobre el mundo cibernético, ya no del blog sino en general, estamos tan acostumbrados al asedio auto-impuesto de internet que a veces como que perdemos la perspectiva...
En fin, que en esas estoy, cada vez más conectada a este mundillo y a la vez renegando de él. Pero creo que vuelvo.
A ver si es verdad.
lunes, abril 29, 2013
miércoles, abril 24, 2013
Dioses como Irving
Dioses como Irving

Por Denise Duncan para Literofilia
Recuerdo de adolescente seguir a cantantes típicos de la época. Como cualquier niña de mi edad, tenía a las estrellas del momento algo endiosadas, en un pedestal de poder, belleza y maravilla al que podría acceder puntualmente si el hado estaba de mi parte. Anunciaban que venía X o Y cantante y yo me escapaba del cole si hacía falta para tener un buen sitio en la platea, estar cerca y que -ojalá- mis gritos desaforados llegaran a sus oídos. Iba a conciertos y sí, gritaba toda clase de tonterías al de turno, suspiraba, saltaba, cantaba… como si me fuera la vida en ello, como si aquel encuentro en medio de la masa fuera determinante para mi vida.
Pasaron los años y, hay que decirlo, lo de las aglomeraciones dejó de ser lo mío. Con una honrosa excepción: la literatura. No en vano amo abril, la celebración de Sant Jordi en Barcelona reúne a miles de personas, dándose codazos y empujones para conseguir una firma de sus dioses del Olimpo Literario. Así, me he convertido en una “groupi” diferente, de libros y autores… pero no nos engañemos, me sigo portando como adolescente. Al estrecharle la mano a José Saramago hace unos años me sonrojé, y balbuceé algo absurdo e ininteligible cuando me dijo “Costa Rica… tu país es muy bonito”. Me quedé con ganas de decirle que “bonito” era él. Abracé el libro firmado y volví a casa. Esa noche creo que hasta me costó conciliar el sueño.

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