Evidentemente esto está lleno de telarañas, así que me despido. Es lo más honesto.
Gracias a quienes pasaron por aquí durante estos años.
Abrazos.
D.
martes, noviembre 28, 2017
domingo, mayo 21, 2017
Cosas que pasan cuando vives en el extranjero
Hace unos días releía este artículo -del cual copio el título-. En él, el autor hace un decálogo de las cosas que irremediablemente han cambiado en su vida tras irse a vivir a otro país y dice:
"Primero que todo te enfrentas a nuevos retos, llegas a conocer partes de ti que no sabías que existían, llegas a estar sorprendido de ti mismo y también del mundo. Aprendes a ampliar tus horizontes y tolerancia, además de aprender valiosas lecciones y abrazar la humildad"
Lo busqué porque una amiga compartió este otro en Facebook, y que quedé pensando en cosas con las que no concuerdo para nada, como por ejemplo:
"Aunque a casi nadie se le da bien decir adiós, las despedidas se hacen algo más fáciles con el tiempo"Y es que creo que hay que hacer una diferencia entre que algo sea "fácil" y que lo asumas y aceptes como parte de tu realidad. No es más fácil, de hecho en mi caso me cuesta y me cuestiona cada vez más ir y volver de Costa Rica.
Me pongo entonces a pensar en qué ha cambiado en mí, qué retos he enfrentado, qué lecciones he aprendido. Y a ver, sé que todos crecemos y pasamos por etapas, pero es verdad que hay unas cuantas cosas que estoy segura de que no hubiera entendido si no fuera por estar aquí, hace ya casi 13 años.
Así que he aquí mi decálogo de las cosas
que pasan cuando vives en el extranjero:
1. Tu familia en el país de acogida es una mezcla de elecciones, suerte y trabajo. Yo tengo muy poca gente cercana, sobre todo después de tener un hijo (parece que tuvieras la peste y desaparece mucha gente). Así, el escoger quién es el ser querido de plena confianza es casi hacer un cásting en el que, aunque nunca consigas sustituir a tu familia real, consigues gente preciosa que llevas más dentro que a algunos consanguíneos.
2. Aprendes a llevarte bien contigo misma. No hay nadie más que te vaya a acompañar incondicionalmente, y lo aprendes a veces de manera un poco abrupta.
3. En los días malos, o de enfermedad, puedes sentirte bastante persona ínfima desgraciadica que sólo quiere ir pitando a casa de su madre a tomar sopita caliente.
4. Sabes decir barbaridades en más de un idioma y/o jerga. Yo cuando me enfado suelto sapos y culebras por la boca que viajan de Europa a América Central. Y bueno, soy mal hablada, qué le vamos hacer, así que tener tanto de dónde escoger me llena de orgullo y satisfacción.
5. No eres de ningún sitio. En tu nuevo país no encajas del todo, aunque hayas desarrollado la capacidad de adaptación. Y en tu país de origen no encajas del todo, aunque hayas desarrollado la capacidad de adaptación.
6. Cambias mucho. Tanto que a veces vuelves a tu país y pasan dos cosas: la gente te trata como si fueras la versión de hace años, o bien tú te sientes a veces pez fuera del agua. La parte genial de esto es que descubres mucho de quién eres.
7. Te suele importar menos el qué dirán. Yo antes pensaba en los demás para tomar decisiones, ahora no es que lo haga de manera egoísta, pero mi grupo de influencia es muy muy muy pequeño.
8. Pierdes el miedo al cambio. Soy precavida, probablemente más que cuando me vine a vivir a España... pero si me dijeran: coge tus cosas, a tu hijo y señor marido, súbete en un avión y véte a Singapur a trabajar, diría: vale, dame 3 minutos para ponerme los zapatos.
9. Te atreves a probar cosas nuevas: un nuevo idioma, un nuevo trabajo, un nuevo plato. La Denise de hace 15 años jamás hubiera probado los caracoles. No me gustaron, no repetiría, pero los probé.
y
10. En los días buenos sabes que eres La Mujer Maravilla. Aunque haya quien te diga lo contrario. Aunque otras personas hagan "más y mejor"... sólo tú sabes lo que has pasado, vivido, llorado, reído, peleado y luchado para estar donde estás. Sea cual sea ese sitio en el que te encuentras, nadie te lo ha regalado... porque recuerda: en ese sitio nuevo, cuando llegaste, no eras nadie. Sea quien sea que eres ahora, eso lo has construido tú.
Y si eso no es tener un súper poder, que baje Dios y lo vea.
martes, mayo 09, 2017
Envejecer: esa gran cacota
Sí, sí, hay que agradecer que tenemos vida y que seguimos sobre el planeta. Hay que dar las gracias por los años que se cumplen, por las experiencias, que sí, que sí.
Estoy a punto de cumplir años. No demasiados, aunque empiezo a aceptar que cuando me dicen "señora" es normal, es lo que soy. Aún no me peleo con la edad, aunque no me vendría mal tener tres o cuatro años menos, y si volviera atrás reconsideraría ciertas cosas, haría otras distinto, sería... en fin...
Pero el tema es que envejecer es una gran cacota.
Suelo venir a trabajar a una cafetería en Sants. Delante hay una residencia de ancianos, y muchos de ellos cruzan a la cafetería a merendar. Y es triste. Están solos, hablan con quien sea, incluso le dicen estupideces a la camarera para provocar interacción. Pero no es sólo eso, pensar en envejecer es pensar que de repente tu cuerpo deja de ser eficiente, normalmente mucho antes de que la mente abandone y la gente empieza a tratarte como un daño colateral. Como un problema a manejar. Como una situación compleja que se atraviesa en la vida.
Hace unos días vi una señora, de unos 60 y pico años, con su madre, de unos 90. Le estaba chillando muchísimo, infantilizándola. Mi primera reacción fue pensar "qué mal trata a su madre" y sí, la estaba tratando mal, pero tampoco sabemos quién y cómo es esa señora. Y la infantilizaba, sí, pero es que aunque también sea una gran acota, resulta que los ancianos se vuelven como niños, con la diferencia de que un niño está aprendiendo y sea como sea acaba por aceptar que "el mayor" tiene razón, o manda, o sugiere y convence.
Nos volvemos tan tercos que... o sea... vamos a ver... yo YA soy muy cabezota. No quiero ni imaginar lo tozuda que podré llegar a ser.
Envejecer es una cacota. De verdad...
Piénsalo: tú eres aún capaz, tienes experiencia y facultades. Hay cosas que ya no haces con la misma facilidad, pero sabes de qué hablas, sabes qué quieres, sabes qué prefieres y que no aguantas. O crees saberlo, porque tampoco te enteras de cuando ya no das más de ti. Y llega ese momento fatídico en que tus hijos, amigos, primos, personal médico te dicen "ya no puedes", "ya no sabes", "ya no debes". Lo peor es que dentro de tu cabeza los equivocados son los demás y es que todos tienen razón, porque cada quien ve SU verdad.
Me da miedo, lo confieso. No me da miedo morir, me da miedo envejecer. Perder facultades, capacidades y la confianza ajena de que ser capaz de valerme por mí misma. Ser una carga, aunque haya amor o profesionalidad de parte de quién me cuide.
Ahora lo digo muy alegremente, pero creo que cuando sea muy mayor querré ir a una residencia. Aunque cruce a la cafetería a merendar. Y tal vez si lo pienso desde ya, me resulte menos triste.
No sé.
No lo sé.
Caca.
martes, febrero 28, 2017
¡Miente: funciona!
He trabajado de muchas cosas. De
muchas. Desde limpiando váters de un hotel 5 estrellas en Wisconsin
(EEUU) hasta metiendo invitaciones en sobres. También he sido
periodista (si es que se deja de serlo), canguro, locutora de radio y
teatrera (vicio que mantengo). Pero uno de los trabajos que más
“atesoro” es cuando trabajé vendiendo bragas para La Súper
Empresa.
Era el año 2006, me parece, y en la
tienda éramos 4 empleadas y la encargada. Desde el primer día me
sorprendieron varias sobre la encargada:
- Cuando llegaba género nuevo, las chicas apartaban muchas prendas. Se gastaban una buena parte de su salario en la propia tienda. Sobre todo la encargada, que calculo que llegaba a un 50% de su salario. Había una cierta presión de grupo para que yo hiciera lo mismo. Nunca lo hice.
- Todas -menos yo- iban súper vestidas, peinadas y maquilladas a trabajar. A las 9 de la mañana. Cada día. La encargada más que nadie.
- La encargada se iba una vez por semana a la peluquería en horario laboral. Nosotras teníamos que hacer ratos extras cuando le daba por ahí.
- La encargada nos trataba como niñas pequeñas y con una condescendencia bastante desagradable.
- PERO la encargada iba de “amiga” de todas.
Este último punto es el central.
Después de algunos días de trabajar en la tienda, coincidí con la
encargada a la hora de la comida. La conversación acabó derivando
al discurso célebre de la encargada, que recordaré para toda la
vida. Me dijo:
"Yo espero que tengas la confianza de decirme las cosas. Puede parecer que soy distante o que no me gusta que me digan lo que hago mal, pero si tienes algo que decirme... no dudes en hacerlo".
A mí me pareció que la oportunidad
era maravillosa, y su actitud ejemplar. Así que le dije, con todo el
tacto que pude, que no me parecía la manera en que nos trataba, ni sus escapadas que nos afectaba en el horario. Y
que si bien yo estaba aprendiendo y seguro que aún había detalles
que pulir, seguramente iría más rápido si sentía que ella me
apoyaba y me ayudaba, en vez de hacerme sentir mal. Creo que le dije alguna otra cosa, pero repito: todo con el máximo respeto y diplomacia.
¿Bien, no?
¿Viva la sinceridad?
¿No?
¿No?
Pues no.
A la semana me despidieron, aduciendo
que tenía muy buena actitud de trabajo, pero que no era rápida.
Mentira podrida. Estoy segura.
Esto viene a mi mente unos días
después de haber hecho una entrevista de trabajo en la que, me
parece, me pasé de sincera. Hablé de mis habilidades y conocimientos tanto como de mis carencias. Porque pensé que en el fondo, si me querían para el puesto tendría que ser con las ganas de aprender más que por las ganas de "ganar" el trabajo. No sé si me explico. Yo como empleadora creo que preferiría alguien que me diga "no tengo experiencia en esto pero me romperé el coco para hacerlo bien" frente a alguien que diga "sé hacerlo" y luego no tenga ni puñetera idea.
Bueno, sí, puede ser que sea yo quien tengo un serio problema
con mentir, ocultar información y disimular. Soy un jodido libro
abierto y se me nota todo. Ante esto, prefiero decir lo que se ve a la legua.
De pequeña mi madre vivía atormentada
conmigo. Le rogaba que me contara quién le había tocado de amigo
invisible en el trabajo, y luego se me escapaba como agua por las
comisuras de la boca. Mi hermana no sabía si podía confiar en mí:
una vez me confió que los regalos de Navidad estaban escondidos en
lo alto de un armario... y yo le largué todo a mi mamá cuando llegó
a la casa. Juro que no es maldad, pero cuando hay algo que me causa
incomodidad, culpa o desazón... siento que me sube una oleada de
calor desde el estómago y me cuesta callarme.
Así que tengo pendiente en esta vida
ese arte retorcido: mentir.
Hay que aprender:
MIENTE... es mucho más efectivo.
jueves, enero 05, 2017
Cómo ser buenas amigas sin verse las caras
Me considero una persona bastante sociable, pero de pocos amigos cercanos (de esos a los que llamaría a las 3 am si tuviera un problema. O bueno, a los que les enviaría un whatsapp si no es de vida o muerte). Tengo la dicha de contar con gente muy bonita a la que quiero, alguna la veo con frecuencia pero la verdad es que maternidad ha recolocado algunas piezas, y me ha dejado algo menos acompañada que antes (eso es así, oiga). Y luego están dos grandes amigas... a las que casi nunca veo cara a cara.
Con ellas dos, la de rizos rubios y voz calma y con la tatuada zen master coincidimos en la universidad pero no pertenecíamos a la misma generación, e incluso no éramos necesariamente de círculos afines. Pasó la carrera, pasaron los años... y gracias a la denostada Facebook, que se supone que nos aleja y nos vende una quimera de amistad, he encontrado a dos personas que son esenciales para mí.
Parafraseando a Aristóteles, tenemos una amistad que es un alma que habita en tres cuerpos; un corazón que habita en tres almas.
¿Cómo lo hemos hecho?
Creo que la clave está en lo que explica un post de Tiny Budha: el compromiso. De manera natural cumplimos con estar en contacto con una, con la otra, las tres a la vez. Esto, dice el artículo, aunque sea breve hace que nos sintamos “felices y continuamente conectadas”. Hemos aprendido a poner en práctica el arte de escucharnos, de leernos... y con ello, a entendernos y acompañarnos. Las tres hemos vivido o vivimos a miles de kilómetros del sitio donde nacimos, hemos pasado vivencias similares, pero sobre todo creo que hemos aprendido a vernos como compañeras y compinches, como cómplices, como lo que debería ser una amiga: alguien que te riñe cuando toca, que nunca te juzga, que celebra los momentos buenos.
Miss Rizos y voz calma y Miss Tatuada zen master saben de mí cosas que no me atrevo a decir a casi nadie más. Entienden mis rollos, son sinceras pero con un amor y una paciencia y un buen rollo que dan ganas de comerlas a besos.
Gracias a ellas he pensado una lista de cosas que puedes hacer para tener amigas, de las buenas, aunque les veas las caras una o dos veces al año:
2. Aprende a esperar “tu turno”. Las conversaciones en diferido tienen una lógica distinta que en vivo... cuando estamos cara a cara podemos saltar de un tema a otro y no pasa nada. En este caso (y sobre todo si se habla de temas importantes) es mejor aparcar un tema si hay otro de mayor peso. Pongo un ejemplo: Persona A cuenta que se ha muerto su mascota de toda la vida. Antes de hablar de la clase de baile a la que te apuntaste, cerciórate de que has atendido a Persona A.
3. Vigila lo que escribes. La palabra escrita puede ser interpretada de muchas maneras. En caso de duda de cómo se “leerá” lo que dices: graba audios.
4. Ten clara la frecuencia “normal” de contacto e intenta mantenerla. Si con alguien sueles hablar por whatsapp dos veces en semana, no te olvides de mandar aunque sea un gif tonto si pasan muchos días sin contacto. No es un “hey, hazme caso” sino un “I just
Y finalmente:
5. Sé noña, cursi, excesiva. Total... no es en persona. Y como no lo es, esa amiga a la que quieres tanto no recibe un abrazo real, no te ve la cara de “te quiero te adoro te compro un loro” y necesita que el café semanal sea sustituido con afecto escrito, o grabado en audio o en video (una de mis grandes amigas me mandó hace unos días un video de ella contándome de su vida, lo amé). Dada la frialdad del medio cibernético, unos cuantos emoticones de corazones y besos algo calientan el corazón.
Su, Iva.
Os quiero.
Os adoro.
Os compro un loro.
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