Ayer venía de vuelta a casa, en metro. Por esas cosas de la
vida, en vez del habitual viaje de abstracción con el ipod a todo volumen,
venía sin música, sin mirar el móvil, simplemente presente.
Como iba de cara a las puertas y son de cristal, me sirvieron de espejo opaco y pude ver a dos chicos
hablando a mi espalda. Me miraban, hablaban en secreto, volvían a mirarme. Se
bajaron del metro y yo me hice la loca. Pero a la siguiente parada, cuando se
subieron una chica y un chico y empezaron a hacer la misma cosa (mirarme,
hablar, mirarme) pensé que era suficiente.
El chico dijo “Es igual al pelo de Marge Simpson”.
Esperé a que estuvieran mirándome los dos y me giré muy
rápido. Ellos desviaron mirada y cabeza, de una manera tan cliché que me dio
risa. Entonces solté un monólogo…
YO: Oye, sé que estás hablando de mi pelo y que hace rato
que lo miras. Y no pasa nada. Lo puedes mirar, yo sé que es llamativo y
entiendo que te dé curiosidad. Eso no me parece ofensivo, de hecho lo que puede
ser ofensivo es que hagáis ver que no estabais hablando de mí, pero no que me
miréis el pelo.
ÉL: Es que me gusta mucho.
YO: Ah, gracias. Bueno, pues entonces míralo… si alguien se
ofende porque le miras pues es su problema, pero hablar a las espaldas… no hace
falta. Mira, me doy una vuelta para que lo veas desde todos los ángulos (lo hago, hago 360 grados)
EL: ¿Puedo…?
YO: ¿Tocarlo? Ja. No. No me tocan el pelo ni mis amigos. No
me gusta, lo siento.
Llego a la parada que me toca, me bajo. El chico, todavía
rojo como un tomate no sabe dónde mirar.
... |
Me bajo, me río. Y luego llego a mi casa y la historia me
hace menos gracia, porque yo nací con este pelo: para mí es normal. Yo nací con
este pelo como usted nació con el suyo, como usted nació con cinco dedos en la
mano. Imagine que al menos de día de por medio alguien se quedara mirando su
dedo gordo de la mano derecha. Incluso habría días en que le pasaría dos, tres,
cuatro veces. Imagine que al menos una vez por semana es tema de conversación:
la gente pregunta si se trata de su dedo “normal”, si es así de natural o usted
hace algo para que sea así. Imagine ahora que hay días en que la gente sujeta
su dedo gordo de la mano derecha para “ver cómo se siente”, algunos sin
permiso. Otros piden permiso, sí, pero la mayoría no lo pide. No hasta que
usted se harta y avisa que no le gusta que le toquen el dedo.
De pequeña una vez me dijeron que mi pelo era como un
peluche. Me han dicho que es como una esponja, como una almohada, como una
peluca… como algunas otras cosas menos agradables… y señoras, señores, es pelo.
Nada más. Como el suyo. Como el de cualquiera.
Entonces, la próxima vez que vea alguien con afro, admírele
el afro, si le gusta. Sonría si lo descubren mirando y sea natural. Actúe como
actuaría si un chico guapísimo la ve observándolo, o como miraría los ojos de
alguien de mirada preciosa y penetrante. La curiosidad es normal, es sana, es
humana. Cosificar un rasgo físico no lo es.
Mis amistades muy cercanas –a veces- reciben el privilegio
de tocarme el pelo. Porque yo les toco el suyo, les cojo de las manos, les
abrazo. Pueden –a veces- comentar sobre mi afro porque yo comento sobre sus
ojos, sobre su altura, sobre sus pecas. Porque es una relación pareja, porque
sé que no me miran el color de piel las 24 horas del día, como yo tampoco a
ellos.
Pero si usted no me conoce, o realmente no tenemos una
amistad cercana… por favor… por fa… por fi… no insista. No soy un peluche, no
soy un juguete, no llevo peluca. No insista. No soy Marge Simpson. No insista. Soy una persona, no un
personaje y no me ofende su curiosidad, me ofende que me cosifique.