miércoles, octubre 01, 2014

¡Me caso por segunda vez!

Tras ocho años de la boda por la iglesia, me resulta muy divertido pensar en ella. Pienso en que decidí casarme con unos zapatos sin tacón y aún así acabé descalza. Que tenía el pelo súper corto y me negué a ponerme extensiones o cualquier añadido que me cambiara mi look natural. Pero por otra parte llevaba unas uñas larguísimas, típicas de novia (manicura francesa) y un vestido de esos blancos, con cola de metro y medio, velo aún más largo que la cola. Si me casara de nuevo no haría la mitad de estas cosas, pero supongo que eso es fácil de decir cuando ya se han hecho una vez.







He ido a muchas bodas… y queda mal que lo diga yo, pero ninguna como la mía. Tenía un objetivo, que era pasármelo genial. Así, bailé sin parar, hice el tonto, payaseé, bebí whisky…

Creo que esa es la historia que más gracia me hace. Dos horas después de empezada la fiesta llamo al camarero a la mesa. Viene y empieza el diálogo más surrealista del mundo.

YO: Me pones otro whisky con hielo, por favor.
CAMARERO: Ay, mi amor, le quedo mal… su mamá mandó a cerrar la barra.

Cara de póker. Pienso que no me ha entendido.

YO: Pero… es que quiero otro whisky.
CAMARERO: Su mamá nos lo tiene prohibido.

A todo esto hay que explicar que había dos personas que estaban al borde de la intoxicación. Una de ellas casi acaba con la cabeza abierta en dos, de ciega que iba, al intentar sujetarse a una columna.

YO: Ya… pero… es que…
CAMARERO: Lo siento.
YO: Pero ¿ves el vestido que llevo, no?
CAMARERO: Sí, pero no puedo.
YO: ¿En serio?
CAMARERO: Vaya pídale permiso a su mamá.

No me lo puedo creer pero conozco a mi madre, así que me recojo la cola y voy hasta donde está. Tengo que pedirle permiso.

YO: Ma, le pedí un whisky al camarero y no me lo quiso poner.
MI MADRE: Ah no, es que la barra está cerrada.
YO: ¿Ma?
MI MADRE: Vea a Fulano… y a Fulanita, es que no puede ser.
YO: ¡Ma!
MI MADRE: No.
YO: ¡Ma, es mi boda!

Mi madre piensa unos segundos.

MI MADRE: Bueno, pero sólo a usted.

Vuelvo donde el camarero. Para cuando vuelvo llevo detrás a unos cinco amigos que se han dado cuenta de lo que pasa y esperan el veredicto.

YO: Dice mi mamá que me puede servir el whisky.

El camarero mira por encima de mi hombro, me giro y veo que mi madre asiente con la cabeza. Entonces y sólo entonces se mete detrás de la barra.

YO: Y cinco más para mis amigos.







Al rato mi madre afloja o el camarero pierde la paciencia con tanta gente pidiendo alcohol. En todo caso me hace gracia porque esa es mi madre: la que consigue que le nieguen una copa a la novia. Jajaja. La fiesta sigue, cuando llegan el tequila y los disfraces no hay nadie sentado. Años después aún miro las fotos y sonrío.


Recuerdo a mi amada madrina (Cata) y a mi amada testigo (María José) pendientes de mí a cada segundo, pero también disfrutando conmigo. De los 45 minutos que nos pasamos metidas en el lavabo, ellas intentando recogerme la cola del vestido para que pudiera bailar sin pisármela y una prima de Fernan a la que no conocía (y no hablaba español) mirándome mientras yo pensaba que se había colado. A Fernando arrugando la nariz por el tequila y con una peluca de afro. A los primos noruegos que no entendían las prisas para comer hasta que se dieron cuenta de que en Costa Rica lo importante en una boda es bailar. A los primos catalanes inventándose juegos de llaveros. A mi familia, tan grande y tan sonriente. Y al montón de amigos que aún conservaba y que fueron parte.


Me casé de blanco. Con velo. Por la iglesia. Hoy me parece ficción, pero de la buena y bonita.


Y aquí abajo está el texto original que escribí sobre la boda unos días después, en el 2007.

El sábado 18 de agosto me desperté temprano, desayuné con mis papás y mis suegros… sin Fernan porque lo echamos de la casa desde el día anterior. Arreglé algunos detalles que habían quedado sin resolver y a la 1 p.m. fuimos donde la maquillista, estuvimos ahí hasta las 4 de la tarde. Al regresar a casa me peiné –realmente fue sencillísimo porque mis rizos son amigables –y me serví el primer whisky. Para cuando llegó Julia Ardón a empezar a hacerme fotos, como a las 4 y media, ya iba por el segundo.


Entre mi mamá y mi hermana me metieron en el vestido. Acabé el segundo whisky. Todo se volvió un poco loco, mis papás y hermana discutían detalles, iban de un lado al otro mientras yo me estaba sentada en el sofá, tranquila, relajaaaadaaa (aunque no fue ron, el consejo de un amigo bloggero de beber algo fue muy útil, lo recomiendo ampliamente).



A las 6 menos cinco salimos de casa… siete minutos después entré en la iglesia, caminé la mitad del pasillo sola y mis papás me esperaron a medio camino. No podía parar de sonreír, confieso que un 10% eran nervios, pero el resto pura felicidad.

El sacerdote hizo una misa muy bonita y natural. Como notas curiosas cuento que mi amiga Cata, la madrina, tuvo problemas serios para abrir el cofrecito con las arras, la pobre… incluso salieron volando algunas. Tras los votos, el mejor amigo de Fernan y padrino de bodas, Ben, cantó “Here there and everywhere” de The Beatles. Tras las fotos en la iglesia salimos rapidísimo para el sitio de la fiesta. Allí nos esperaban muchas sorpresas hermosas, canciones, un brindis lindísimo a cargo de mi padre. Luego empezó el fiestón. Bailamos, brincamos, tomamos tequilas…

Después siguió la fiesta, tiré el bouquet, Fernan la liga… más tequilas, más grupo tocando… realmente genial. Hasta los menos animados acabaron bailoteando, hasta el más serio se subió en la tarima a entonar alguna canción con el grupo.

En todo caso, todos los comentarios sobre la boda han sido geniales… dicen por ahí que es de las bodas más bonitas que nadie haya visto y que el amor y el cariño se sentía correr. Yo lo sentí toda la noche, eso lo puedo asegurar, de ahí que en mi caso las lágrimas fueron muy tímidas; como le dije a una de mis tías: yo estaba tan pero tan feliz, realizada y extasiada que me sentía por encima de las lágrimas.

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