Mayo-Junio, 2006
Mediados de mayo. Tenerife. Mis suegros y yo hacemos clic al
momento. Es un alivio sabiendo que hay que anunciarles que nos casamos. Dejamos
pasar una semana antes de soltar la noticia. Se alegran, supongo que en el
fondo también se sorprenden pero no lo demuestran.
Principios de junio. Costa Rica. En el aeropuerto nos espera una comitiva que se hace aún más grande al llegar a casa de mis papás. Antes de
venir a Costa Rica le he hecho a Fernando un powerpoint (en el 2006 aún era una
herramienta jeje) con fotos de la gente que va a conocer. Le pongo datos claves
en plan: esta es mi amiga la de la historia de la playa; esta es mi tía la que
es como mi hermana; etc etc. Supongo que está abrumado de tanta atención que
recibe, pero se comporta a la altura y se dedica a echarse a la gente a la
bolsa… los dos sabemos que la operación se trata de eso: conquista del entorno. Mientras tanto yo voy del amor al odio con mi país. Hago recuento, me reencuentro, me pierdo. Entro en conflicto conmigo misma cada día que pasamos en Costa Rica. Empiezo a sentirme extranjera en mi propia patria.
Una semana después de llegar me toca dar la noticia. La
historia es buenísima pero es extensa, en resumen preparamos una cena para mi
familia y todo falla (al Vikingo se le corta la mayonesa dos veces, yo consigo
convertir un trozo de queso azul en una pelota compacta, la fondue no va, etc
etc etc). Cada vez que intento decir algo hay un inconveniente y acabo
soltando, a bocajarro: les hicimos esta
cena porque nos vamos a casar. Literalmente. Yo tenía un gran discurso
preparado y solté esa frase. Tras el susto inicial la cosa acaba a la luz de
las velas (también se fue la luz), con guitarra y vino.
Una semana después volvemos a hacer una cena. Como broma
digo: les hicimos esta cena porque nos
vamos a casar. Mi familia se ríe. Entonces les aclaro que no es broma, que
nos vamos a casar tres días después.
Tres días después la abogada (gran amiga de mi hermana) nos casa en la terraza
de casa de mis padres. Somos 8 personas, yo vestida de negro y Fernan de
blanco.
Me quedan dos meses sola en Costa Rica de burocracia (y mi
recién estrenado marido de vuelta en Barcelona). Cuando vuelvo la vida es
diferente: aparte del papeleo que me permite quedarme aquí, tengo que organizar
todo de nuevo. Tramitar papeles, buscar trabajo, planear una boda a distancia
para agosto del 2007.
La idea inicial es regresar a Costa Rica poco tiempo después
de la boda por la iglesia. Hemos hablado y al Vikingo y a mí nos parece buena
opción. O sea que lo de estar en Barcelona es temporal y así lo prevemos.
Tan “temporal” que ocho años después sigo aquí, con la vida
construida y establecida. No sabía que antes de casarme por la iglesia al año
siguiente habría pasado por vender bragas, móviles, trabajar metiendo
invitaciones en sobres… y que acabaría –un mes después de casarme- estudiando
en el Institut del Teatre.
Lo más curioso es que aún no había aprendido la lección más
importante: lo de hacer planes es perder el tiempo. Resulta que La Vida decide
y acomoda. Resulta que es verdad aquello de que la vida es lo que pasa mientras
uno planea. Sí, sí, está bien pensar en el futuro, pero si algo he aprendido
aquí es que es mejor estar en el ahora. Y el ahora en aquel momento era junio
del 2006, y no tenía ni idea de todo lo que iba a pasar antes de setiembre del
2007.
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