En poco más de dos semanas cumplo diez años en España. He decidido que necesito recapitular y hacerlo de manera concreta. De aquí al 4 de octubre haré unas cuantas entradas sobre el tema. A ver cómo va...
Aquí la primera.
5 de octubre, 2004
Es media tarde. Aterrizo finalmente en mi destino final, en
el Aeropuerto de La Coruña, tras 24 horas de haber salido de mi casa en Costa
Rica y de cruzar el Atlántico. Por primera vez en la vida, con 25 años recién
cumplidos, piso este país. Me bajo sin tener a dónde ir, con dos maletas grandes,
un abrigo de invierno encima y una maleta de mano. Traigo lo que creo necesario
para pasar dos años en España.
Voy al mostrador de información, pido que me ayuden a
encontrar un hotel y a conseguir un taxi. Media hora después (tras intentar
pagar el taxi con 500 euros y tener que pagar el doble de la tarifa para que me
aceptaran los dólares que llevaba) estoy en una pequeña habitación de hotel,
sola. Enciendo la tele.
No conozco a nadie. No sé moverme en bus. No conozco las
calles. Nunca he vivido sola y mi primer día es triste. El segundo, el quinto,
el décimo también. No tengo ordenador, que entonces llamaba computadora, no
tengo internet para mandar mails, porque entonces no había Facebook ni whatsapp
ni cosas de esas. Creo que escribo alguna carta a mano, a lo mejor la envío
tras descifrar el mapa que cargo como tabla de salvación.
La verdad es que me pregunto diez veces al día qué hago en
la otra punta del mundo. He venido a dar a La Coruña por una serie de
circunstancias personales que me llevaron a la única depresión seria que he
tenido en mi vida. La excusa es hacer un Máster en Teatro y Cine pero,
probablemente, se trata de hacer un reset.
Y el reset es masivo.
Me paso quince días viviendo en un hotel. Me cuesta. Mucho.
Me deprimo, vuelvo a surgir, me vuelvo a hundir. Alguien me responde mal cuando
pido instrucciones: no sé en qué parada de autobús bajarme. Me hablan mal y eso
es suficiente para llorar un par de horas al llegar al hotel. Como mal, de
restaurante o supermercado. No hay nadie a quien abrazar y eso basta para
llorar un par de horas más. Me cuesta. Mucho.
Luego me mudo a un piso tremendamente feo, oscuro, húmedo,
viejo, triste. Con dos panameñas loquitas que al principio no entiendo, y que
me parece que tampoco me entienden. Una de ellas luego me cuenta que me vio en
el aeropuerto de Panamá, viajamos juntas sin saber que acabaríamos viviendo
juntas.
Durante meses sigo con la pregunta constante de qué hago
ahí. Y eso me basta para llorar. Lloro mucho. Hago amigos, conozco bares, me voy
de fiesta. Y sigo llorando.
Encuentro una librería. Las cosas empiezan a parecer
mejores. Hay un cine al frente del edificio. Las películas son dobladas y me
resulta curioso que Bruce Willis diga “hostia, tío”, pero al menos me
entretiene.
El mar de Riazor se ve hermoso cuando hay viento. Amenaza y
consuela.
Un día dejo de llorar tan seguido. Empiezo a entender a Lil y Krons, que
acaban siendo mis hermanas. No sólo las entiendo, sino que las respeto, las
quiero. Me dan lecciones de vida sin darse cuenta. Aprendo de ellas y entiendo
que el reset ha pasado a ser algo así como la instalación de un software nuevo.
Son mis bichos queridos… dormimos juntas la siesta en una cama individual
porque queremos, compartimos tiempo, risas, comida, opiniones, ropa. Nos
contamos la vida. Las encuentro y dejo de llorar tanto.
Dejo de llorar y ya sé qué bus es mejor para ir al
videoclub. Ya casi no lloro y me gusta el mar salvaje cuando hay tormenta. El
piso nuevo es bonito, grande, luminoso. Aparecen personas nuevas, bonitas,
luminosas. Bailo música folclórica colombiana. Tengo una familia colombiana,
peruana, brasileña, panameña, gallega. Empiezo a sentirme menos ajena. O al
menos ajena acompañada. Entonces La Coruña no es triste, aunque la lluvia
intente hacer ver que lo es.
Ha empezado el viaje. Ese que se suponía que sería de dos
años y que, en unos días, cumplirá diez años de haber iniciado.
A veces lloro, pero no duele. Un reset. Software nuevo. Y entonces
apenas estaba empezando.
guapa!me has echo llorar de felicidad, felicidad por ti, porque sigas echándole ganas, porque no me arrepiento de haberme tropezado contigo, conocido, elegido como hermanita de la vida en este preciado camino ni haberme equivocado de que sos grande, aprendí mucho de vos aunque a simple vista no parezca, me llevo todo lo que me diste en ese tiempo, fue para mí un viaje estupendo, ni será el último porque aunque los caminos se separen circunstancialmente dentro de los ciclos se vuelven a cruzar y eso para mi es importante, solo por darte ese abrazo pendiente. Bicos desde el trópico, te quiero mucho, que digo mucho un montón jajaja.
ResponderEliminarHey! Una gran década, sin duda alguna. Recuerdo tu blog de aquellos años (y del mío, cuando mis niños hacían y decían cada cosa!)
ResponderEliminarUn saludo Denise, mi autonombrada editora personal.
:)
Claude Sandbed
Mi Komandante. TE QUIERO.
ResponderEliminarCLAUDE... cuando eran unos niños, qué fuerte :)