Agazapado entre la mala hierba, cualquiera puede mandar.
Solo falta dejar que entre la hiedra se escondan suficientes cucarachas, luego metódicamente habrá que dejarlas salir, asustarlas con un golpe certero: digamos, una sierra que tala las ramas, hasta que los insectos se queden sin casa y, tras superar el miedo inicial, dejen la petrificación y ataquen. No falla, la fórmula resulta porque estás usando a un insecto para lograr que los demás se sientan, a su vez, como insectos. Así se manda. O se estila mandar, también habrá manos dóciles dirigiendo con frescura (pero son las menos).
Yo nunca, repito: nunca.
No quiero ser criadora de hiedras y bichos.
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