Mundo desechable, de amistades orgánicas. De vínculos que vengan con cupón de descuento, que traigan incluido el servicio express: sin esfuerzos qué hacer, sin motivos que explicar.
Hemos terminado por construir un mundo de orgánicos, no por el origen, sino por el destino: hay quien nos tira a la basura, y espera que nos descompongamos con la misma facilidad con que se llenaría de moho una manzana después de semanas, primero sería un estorbo el olor a rancio (y eso hace que la persona que nos tiró se aleje más), luego desaparece el tufo y ni siquiera molesta el recuerdo.
Es verdad, yo misma me he alejado en algunos momentos, remando despacito si no hay problemas concretos y simplemente quiero distancia; o he dicho “esto no lo quiero” y he huido. Si lo hago, lo hago de frente; la mayoría de las veces –en cambio- recuerdo que ese día en que estuve mal, o ese día en que me reí con ganas, esa persona no me dejó. Soy incapaz de tirar a la bolsa de desechos orgánicos a aquel que –aún siendo una piedrita en su zapato de comodidad- me dio un abrazo oportuno. Será el carácter de Tauro, terca como mula, obcecada, obsesionada, persistente en los afectos. Será eso. O simplemente que duele saberse basura biodegradable del corazón ajeno.
¿Cómo es que te resulta fácil deshacerte del vínculo?
¿Siempre pensaste dejarme como abono de tus muertos?
¿Hace mucho que me tiraste a la basura sin decirme nada?
¿Ya tengo moho en tu mente, o faltan dos días, una hora, tres segundos?
¿Era útil tenerme cuando la vida era aburrida, cuando llovía de más y reías de menos?
¿Es que no te divierto, es eso, soy un Atari y ahora querés un Xbox?
¿Te molesta mi casa de ventanas rotas, te gusta más la suite recién reformada de la vecina?
¿Qué?
Yo te presto la barca si querés irte en un suave remar, puedo remar incluso y luego regresar a nado cuando estés a suficiente distancia. Te dejo mis zapatillas si te apetece una carrera, hasta estoy dispuesta a darte ventaja y no mirar en qué dirección te has ido si eso te hace sentir segura –me da igual- pero hay dos cosas que exijo. La primera es casi un ruego: no quiero llenarme de moho, la segunda es que te reto a que me digás por qué merezco la soledad cuando hace poco tiempo tenía una amiga.