Regalo recuerdos en canastas de mimbre. Tengo de todos los tipos.
Mis favoritos son los que tienen gustito a frutas, nunca me hacen arrugar la cara, y aún si lo hago sé que me espera la satisfacción detrás de la acidez –como con una naranja-.
Podría vivir, eso sí, sin los olorosos a productos de limpieza. Ese recuerdo en particular huele a cloro y aquel a jabón de lavar platos –ya sabemos cuánto lo odio, así que está claro que no es nada bueno-. A esos los miro con desdén y casi siempre termino por ponerlos al lado de aquellos, los que tienen forma de insecto y que por más míos que sean me atemorizan un poco.
Me tragué uno con muchos grados de alcohol, no estoy segura de si era vino tinto o blanco, pero me dejó con una pequeña sonrisa tonta. Entonces metí la mano en la canasta y cogí uno al azar. Era un recuerdo tramposito, cambiaba de forma, de sabor, de textura: como aquella golosina de Willy Wonka. Me consumí en ese recuerdo, disfrutando que pasara de pastel de chocolate a cheesecake de fresas. Durante un rato me supo a café, después a té de manzana y canela, terminó por fundirse igual que un marshmellow.
Busqué más en el cesto de mimbre, estaba un poco desesperada: registré, tiré al suelo más de un recuerdo –incluso destrocé un par, uno de vidrio y otro de cristal-, todo por encontrar uno más de aquellos. Solo me quedaban pocos que olían a flores –pero no son comestibles- y dos o tres enmohecidos que aparté de un manotazo.
No sé si fue la ansia con que lo devoré, o el proceso metamórfico de ese recuerdo que terminó por convertirse en acidez ya dentro de mi estómago, pero lo que empezó como un festín de sabores terminó siendo la peor indigestión de mi vida.
Por eso ahora los regalo. No quiero seguir comiéndomelos compulsivamente, soy una adicta y no sé cuándo parar. Así que los metí en la misma cesta y todas las mañanas me voy a la plaza a ofrecerlos.
Si por haberle contado el efecto negativo tiene reticencias en probar uno, le digo: no se preocupe, los etiqueté y junto con la descripción del sabor, cada uno lleva instrucciones de uso y advertencias: “agítese antes de usar”: algunos recuerdos está tan asentados que hay que moverlos para encontrarles el puntillo; “handle with care”: mis recuerdos fiera los llamo yo; “frágil”: ya he roto suficientes y no quisiera que se extingan; "este lado hacia arriba": visto desde otro ángulo resulta demasiado confuso, “tóxico”: estoy segura de que estos me los voy a tener que quedar yo y “manténgase alejado de los niños”: a veces muerden o se quedan pegados en la garganta, amenazando con asfixia.
Los que no tienen etiqueta son perfectamente seguros. ¿Se los empaco para regalo?
Fotografías: de las originales de Vincenzo Lombardo, fotógrafo desconocido y Michael Rosenfeld
º_º qué bonito post!!! Jejeje está demasiado linda la manera en que haces ver los recuerdos!
ResponderEliminarA veces recordar da indigestión! Muy cierto un saludo granda grande para vos que estés bien! ^^
Pues si, un post muy bonito.
ResponderEliminarPara mi, los recuerdos, se han de suministrar en la dosis justa y en el momento adecuado.
Son como el vino, dos vasitos durante la comida estan bien, tres a media mañana te doblan, y 4 en un dia de tristeza te hunden...
me ha encantado
un beso
Enric
A mí me gustan también los recuerdos paradójicos, esos que hay que recordar para poder olvidarlos... al principio duelen un poquitín pero después se desvanecen.
ResponderEliminar¡Qué deliciosa forma de ponerse a recordar!
ResponderEliminarA mí me podés apartar unos dos de los que dicen "este lado hacia arriba" y uno de los que dicen "agítese antes de usar"
Saludos!
Los recuerdos, es mejor vuardar los buenos y enterrar los malos. Lo malo es cuando se desentioerran ellos solos.
ResponderEliminaruna buena dosis de recuerdos... siempre surgen, siempre vigentes, siempre estableciendo la base para un futuro esperado.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Qué lindo! Especialmente los "recuerdos fiera"...me los imagino todos peludos, con patotas (y garrotas) ñaaaahhh!
ResponderEliminarA mí empacame un par, pero que sean sorpresa (como cuando uno le pide un "gallo tapado" al chancero)
Abrazos y besos
Que preciosa metáfora. Hay días, cuando la nostalgia me invade, que también engullo recuerdos para bien o para mal :)
ResponderEliminarUn beso
Yo me apunto para unos como los de Flo, pensaba yo también que esos son mis favoritos.
ResponderEliminarDenise, si no los regalás se te pueden poner malos en el cesto? (Me surgió la duda)
Me regalas un cesto de recuerdos? Un relato precioso. Abrazos.
ResponderEliminarme gustaron mucho las etiquetas, porque al fin y al cabo, así se acuerda uno de las cosas: por su nombre, por lo que hacen o por lo que provocaron...
ResponderEliminarsaludos.
:)
Me encantó. Envuélveme unos para llevar. Precioso Denise. Gracias
ResponderEliminarNo regalés recuerdos!!!! Hoy en día cuesta mucho trabajo conseguirlos.
ResponderEliminarQuien quita y dentro de unos años, podrán haberse sobrevalorado, y sólo vos tendrás el gusto de tenerlos...
;D
yo, como jaqui, coincido en que habrías de reconsiderar deshacerte de tus recuerdos. o bien regalar litografías de ellos, pero quédate con los originales... son lo que te hace ser hoy lo que eres, que, by the way, está bien chingón.
ResponderEliminarPor lo demás, el post es bien lindo...
Abrazo fuerte.
Que prosa tan linda. Felicidades.
ResponderEliminarAlejandro
Y si montaramos un sitio web como plataforma para la de venta de esos recuerdos ... Vos creés que funcione??
ResponderEliminarMuchas gracias por los comentarios, contesto algunas cosas:
ResponderEliminarJiji... me encantó eso de que si se dejan en el cesto se pudren, creo que el problema es si están inactivos, pero hay algunos que mejor se llenan de moho y terminan por desintegrarse...
Y página web... genial, hay que pensar si es mejor .com .org o .es
Y lo de regalarlos, hago caso, regalo copias o más bien guardo una de seguridad en un cajón, nunca se sabe.
ABRAZOS
Si por favor Denise, yo si quiero probar de todos poco a poquito, para saborearlos más.
ResponderEliminarMe gusta visitarte, me voy más amiga de tí