Tengo que empacar, basta de excusas

Meto en una caja los recuerdos, apoyados con los setenta y cinco libros que compré en doce meses. Al lado de las memorias dulces guardo los abrazos que dí, unidos por un hilito a los besos que robé y me robaron. Dos en las mejillas, uno en cada una, uno talvez más travieso. Detrás de la caja de recuerdos y libros voy a llenar otra más con las ilusiones que cargo, desde aquí, desde el lado del Atlántico hasta el lado del Mediterráneo. Voy al éxito, o quiero pensarlo. De otra manera solo estaría siendo una suicida.

Luego me siento en el borde de la cama, a pensar un poco… y no puedo evitar pensar en esa canción en la que Víctor Manuel dice “¿Adónde irán los besos que guardamos, que no damos, dónde se irá ese abrazo si no llegas nunca a darlo?” Y lo pienso ya no como lo dice él, sino por todas esas cosas que viví aquí y que de paso dejé de vivir.

Somos lo que hacemos y lo que dejamos de hacer, me dijo alguien antes.

Me pregunto si la caja estará más llena de recuerdos, o si más bien las posibilidades que opté ignorar son más fuertes y me seguirán jalando a la “miña” terra galega… no lo sé. Solo sé que en un par de semanas atravieso este país con las cajas, lleven lo que lleven.

Tengo 1118 kilómetros para serenar este nudo de sensaciones: llevo una caja entera de entusiasmo que se mezcla con amor, nostalgia, frescura, abrazos, bondades, destinos, preguntas muy mías, respuestas muy claras, dudas enormes, certezas absolutas, miedos, felicidad. Todo junto.

Necesito empezar a empacar y sin embargo… no me atrevo. Yo, la reina del llanto fácil, teme que esta lagrimita que apenas asoma decida tornarse mar. ¿Sugerencias? ¿Primero los sentimientos y luego los objetos o a la inversa? ¿Lloro y salgo de eso o espero al último momento? ¿Empaco el corazón o lo llevo conmigo en el asiento del copiloto?