Lo que digo yo:
El año pasado me traje este libro a mis tierras. No me lo leí. En diciembre empecé a leerlo. Lo dejé. En marzo lo retomé. En mayo lo perdí (juego irónico, pero real, de la vida, lo supe perder…) y unos días antes de viajar El Hubby lo encontró.
O sea, que si sumamos desde mi primer intento (me salto el viaje transocéanico) me ha costado seis meses acabar con él. Ahora intento explicar por qué:
Tiene una trama interesante, pero resulta que tras 300 páginas te das cuenta que tampoco es una “gran” trama. No es especialmente original, ni tiene giros espectaculares que te dejan boquiabierto.
Es una historia como cualquier otra, así que esto no es su mayor cualidad.
Los personajes son curiosos, típicos pero con un pequeño giro. La adolescente, pero astuta; los padres divorciados, pero se llevan bien; los abueletes cascados de la vida, pero que siguen tirando; el jugador de fútbol, pero culto y visitador de museos. Pero muchas de las ideas, buenas, que tiene, las deja en enunciado. La acción no avanza gracias a los personajes, sino que o ya les pasaron las cosas, o lo que les pasa parece tan poco grave que no genera mucho interés.
Está bien escrito, pero en presente. Así, al menos a mí el entender lo que iba pasando, y el orden en que iba pasando, me pareció un esfuerzo adicional que prefiero no tener que hacer. O sea, el uso de palabras complejas y construcciones rebuscadas me pareció un artificio, y no un estilo asentado de autor. Como si hubiera querida disfrazar de muy profunda una cosa bastante banal. Y que, creo yo, habría estado mejor como banal y punto.
O sea que es un libro decente, pero tan largo que honestamente es mejor ir a otro… o probar con otros de Trueba más cortitos, que es lo que pienso que tendría que haber hecho yo.
Lo que dice la contraportada:
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