domingo, marzo 29, 2009

La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

Ed. Seix Barral


368 págs.




Lo que digo yo

Esta novela puede ser de las cosas más raras que he leído jamás. No por el libro en sí, que es normal, sino por la reacción que me fue provocando. Como dije en el otro blog, lo amé, lo odié, me gustó, no me gustó.


Lo que pasa es que parte de una premisa mal escogida. La noción de dos personas que en apariencia no se corresponden con su inteligencia/ nivel intelectual es muy llamativa, pero creo que requería de un cuidado adicional que la autora no tuvo. Me explico: una nena muy inteligente –al menos en una novela –no debe llamarse a sí misma my inteligente. Lo bonito, pienso yo, sería que sea el lector quien saque la conclusión. Aparte de eso, pienso que la mejor manera de hacerlo es que, aunque esté por encima de otros de su edad, haya vestigios de infancia. Y no los hay.


Pasa lo mismo con la portera. Se supone que tiene un bagaje cultural inmenso… y al final te lo crees porque te lo repiten.


En ambos personajes el crimen de la autora es que no llegan a ser reales. Todo el tiempo yo podía ver un personaje “construido” que escondía los pensamientos de la autora. Es decir, marionetas.  Y encima, le agregamos un nivel de pedantería y de pretensión que apenas si se aguanta. Yo, con perdón, no estoy interesada en lo inteligente que es la autora, menos cuando escribe pidiendo a gritos que se le reconozca.


Por último, el final es precipitado, lo que deja aún más patente que la novela está basada en algunos pensamientos pseudo filosóficos y no en la trama, cosa que únicamente le acepto a Saramago.



Lo que dice la contraportada

En el número 7 de la calle Grenelle, un inmueble burgués de París, nada es lo que parece. Dos de sus habitantes esconden un secreto. Renée, la portera, lleva mucho tiempo fingiendo ser una mujer común. Paloma tiene doce años y oculta una inteligencia extraordinaria. Ambas llevan una vida solitaria, mientras se esfuerzan por sobrevivir y vencer la desesperanza. La llegada de un hombre misterioso al edificio propiciará el encuentro de estas dos almas gemelas.


Juntas, Renée y Paloma descubrirán la belleza de las pequeñas cosas. Invocarán la magia de los placeres efímeros e inventarán un mundo mejor. La elegancia del erizo es un pequeño tesoro que nos revela cómo alcanzar la felicidad gracias a la amistad, el amor y el arte. Mientras pasamos las páginas con una sonrisa, las voces de Renée y Paloma tejen, con un lenguaje melodioso, un cautivador himno a la vida.

Combate de negro y perros, de Bernard-Marie Koltès

Lo que digo yo


Siempre me debato entre reseñar las obras de teatro que leo o no hacer nada con ellas. De hecho, el 90% de las veces no las reseño.  Esto viene por dos motivos, lo primero es que a veces pienso que pertenezco al bajísimo porcentaje de la humanidad que lee teatro y, segundo, estoy convencida de que el teatro es para verse, no para leerse y recomendarlo tiene trampa. Pero, dado el estilo bastante cercano a la novela de Koltès, me atrevo a hablar de esta obra en concreto. Había leído algunas otras del mismo autor y me ha gustado mucho esta. Es decir, creo que debe ser genial verla en el escenario. Leída… pues… el estilo es impecable pero el tema empieza a cansar: África, noción de europeos como civilizados puesto en duda, parajes donde el ser humano se convierte en muchas cosas… yo qué sé. Quiero verlo escenificado, ya está, es eso.

Oración por Owen, de John Irving

Ed. Tusquets
515 págs.

Lo que digo yo

No es secreto que Irving es uno de mis autores favoritos, así que asumo que puedo ser un poquito más subjetiva de lo normal cuando se trata de sus novelas. Sin embargo, en este caso, me esperaba una novela pastelosa y estaba dispuesta a asumirlo, pero me llevé una grata sorpresa.


Es decir, tiene algo de pastelosilla pero el autor se encarga de contrarrestarlo antes de que llegue a niveles inaguantables. Los personajes son geniales, como me pasa usualmente con los suyos, los ves enteros, cada inflexión de voz, cada manera de moverse. Probablemente es por eso que siempre vuelvo a Irving, de alguna manera siento como “verdad” lo que cuenta.


Y de nuevo, muy en su línea, te mantiene interesado en una trama que tampoco es nada del otro jueves, pero que te obliga a seguir leyendo. Muy recomendable.




Lo que dice la contraportada

John Wheelwright, un hombre maduro, anglicano, recuerda a su amigo de infancia, Owen Meany, un extraño niño enclenque y bajito, de voz quebradiza y una excepcional capacidad de predicción, con el que jugaba al béisbol.

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